Otra traición a la confianza de Nueva York

Editorial

 

Fue la caída de gracia más rápida que cualquiera haya visto.

En solo unas cuantas horas del lunes, el Fiscal General de Nueva York, Eric Schneiderman, pasó de ser un fiscal con un futuro brillante -a ser un villano políticamente radioactivo sin un puesto público.

Su caída se produjo después de un informe que lo acusó de físicamente agredir a varias mujeres con las que había estado emocionalmente involucrado, acusaciones que fueron particularmente impactantes considerando que Schneiderman era, a la vista del público, un acérrimo defensor de los derechos de las mujeres y del movimiento #MeToo.

Al parecer, fuera de la luz pública, como informó The New Yorker, Schneiderman aparentemente no se parecía en nada al servidor público honrado que los residentes de Nueva York habían llegado a conocer desde que asumió el cargo en 2011. Las presuntas acciones son monstruosas.

Tristemente, esta no es la primera vez que nuestra confianza ha sido traicionada; y tristemente, no será la última. Si la historia reciente nos ha enseñado algo, es que nada de la imagen pública de los políticos de Nueva York, es indicativo de quiénes son en realidad.

Eliot Spitzer renunció como gobernador en 2008 por sus hazañas extramatrimoniales. Fotografías indecentes acabaron con la carrera política de Anthony Weiner, y finalmente lo llevaron a prisión.

Pero la lujuria es solo uno de los pecados mortales que aflige a los políticos de Nueva York; la codicia es otra.

En las páginas de nuestro periódico hermano, se han documentado acusaciones y condenas de un funcionario corrupto tras otro: Anthony Seminerio, Alan Hevesi, Malcolm Smith, Dan Halloran, Hiram Monserrate, Shirley Huntley, Sheldon Silver, Joseph Bruno, Dean Skelos, William Scarborough, y así sucesivamente.

Cada uno de ellos usó el cargo público que tenía para su beneficio personal, violando la confianza de la gente y, para muchos, arruinándoles la confianza en nuestro sistema de gobierno.

Algunos encontraron placer en la caída de Schneiderman, considerando que también estaba investigando a individuos cercanos a la administración de Trump por presunta corrupción.

No obstante, el escándalo de Schneiderman no merma la investigación que está llevando a cabo la oficina del Fiscal General; asimismo, el escándalo no equivale a un indulto por ofensas que otros hayan cometido.

El abuso de personas y el abuso de poder son las peores partes de una cultura tóxica en nuestra capital estatal que debe terminar.

Necesitamos encontrar personas buenas y decentes y elegirlos para que nos sirvan en Albany, y debemos confiar en la prensa y otros investigadores para seguir exponiendo a los malos actores en el gobierno y facilitar su destitución.

En su brillante y profético ensayo, “Defining Deviancy Down”, el fallecido senador Daniel Patrick Moynihan escribió: “Siempre hay una cierta cantidad de descarrilamiento en una sociedad.

Pero cuando hay demasiada, comienzas a pensar que realmente no es tan malo. Muy pronto te acostumbras a un comportamiento muy destructivo”.

Hemos cruzado ese umbral inaceptable hace mucho tiempo; ahora depende de nosotros dar un paso atrás.