El representante republicano George Santos se niega a renunciar, ignorando los continuos llamados para que resigne

George Santos
El representante George Santos, R-N.Y., sale del Capitolio en Washington, el 11 de enero de 2023. Santos continúa en el Congreso a pesar de los llamados para que renuncie. Santos admitió haber fabricado muchos aspectos de su historia de vida, pero el congresista recién electo se niega a renunciar. (Foto AP/Patrick Semansky, Archivo)

El asediado representante republicano George Santos llega al piso de la Cámara la mayoría de los días para pronunciar breves discursos —celebrando pequeñas empresas propiedad de mujeres, una preparatoria especial en su distrito o generando preocupación por diversos países en crisis.

En otras ocasiones se le puede ver paseando por los pasillos del Capitolio de Estados Unidos como lo hacen los legisladores, de una reunión a otra. Una vez repartió donas a la prensa plantada en su oficina.

Lejos de ser acosado por las críticas generalizadas, las burlas y el rechazo que ha recibido Santos después de haber admitido haber fabricado muchos aspectos de su historia de vida, el recién electo congresista sigue adelante en el Congreso. Negando los llamados a su renuncia mientras reescribe la narrativa en tiempo real.

Para Santos, se trata de un inusual enfoque patas arriba que habría sido casi impensable hace una generación pero que señala las nuevas normas que se afianzan en medio de la profundización de una era posverdad en el Congreso.

“Fui elegido por el pueblo para venir aquí a representarlos, y lo hago todos los días”, dijo Santos a The Associated Press en una breve entrevista fuera del piso de la Cámara.

“Es un trabajo duro. Si dijera que era fácil, te estaría mintiendo —y no creo que eso sea lo que queremos, ¿verdad?”.

Presionado sobre la idea de una era de la posverdad, Santos dijo: “Creo que la verdad sigue siendo muy importante”.

Quizás, no desde que Donald Trump lanzó su presidencia con afirmaciones exageradas del tamaño de la multitud en su toma de posesión, ha llegado un funcionario electo a Washington buscando con tanta descaro y desafío convencer al público de una realidad diferente a la que tenía ante sus propios ojos.

Santos está llegando a la edad política en un momento de un desamarre en la vida cívica, cuando un miembro juramentado del Congreso de Estados Unidos puede perseverar a pesar de haber mentido a los votantes sobre su currículum, experiencia y vida personal mientras se postulaba para cargos electos.

Si bien Santos enfrenta un cúmulo de investigaciones —del Comité de Ética de la Cámara de Representantes y un fiscal del condado en Nueva York— así como preguntas sobre cargos anteriores en Brasil, donde vivió por un tiempo, parece impune a los desafíos.

Hace apenas unos días, Santos presentó trámites para potencialmente buscar la reelección.

“Solía ser que cuando un político mentía, y los atrapaban, se sentían avergonzados —o había algún tipo de rendición de cuentas”, dijo Lee McIntyre, autor de “Post-Verdad” e investigador de la Universidad de Boston.

“Lo que veo en la era de la posverdad no es solo que la gente esté mintiendo o mintiendo más, es que están mintiendo con un propósito político”, dijo. “La parte realmente aterradora es salirse con la suya”.

Lo que está en juego no es solo “veracidad”, como alguna vez calificó el comediante Stephen Colbert falsedades en la vida pública, sino preguntas más amplias sobre la expectativa de contar la verdad desde el liderazgo político.

George Santos
El representante George Santos, republicano por Nueva York, se ríe antes de que el presidente Joe Biden pronuncie el discurso sobre el Estado de la Unión en el Capitolio de los Estados Unidos, el 7 de febrero de 2023, en Washington.

Santos ha admitido que se había retratado a sí mismo como alguien que no era —ni un graduado universitario, ni un genio de Wall Street, ni de una familia judía de sobrevivientes del Holocausto, ni del hijo que perdió a su madre en el ataque del World Trade Center del 11 de septiembre.

En el tiempo transcurrido desde entonces, han fluido más preguntas, entre ellas sobre los orígenes de un préstamo de 700 mil dólares que hizo a su campaña para el Congreso y su propia riqueza reportada.

El colega republicano Anthony D’Esposito de Nueva York, un estudiante de primer año que ganó las elecciones el otoño pasado del vecino distrito de Long Island, dijo: “No creo que sea el estado de la política. Creo que es el estado de un individuo —y el estado en el que se encuentra es de delirio”.

D’Esposito ha presentado un par de proyectos de ley que evitarían que los funcionarios electos se beneficien de las faltas y dijo que está trabajando con otros para asegurar que Santos no sea “la cara de nuestro partido. Lo hemos dejado muy claro. Él no es nuestra marca. Él no es parte de nosotros”.

Si bien Santos sí se apartó de sus asignaciones de comité mientras las investigaciones están en marcha, ha resistido la presión de los republicanos para que renuncie y de los demócratas para ser expulsado del cargo.

El presidente de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, quien ganó una delgada mayoría republicana con solo unos pocos escaños de sobra, ha dicho que los votantes eligieron a Santos y “tiene derecho a servir”. Si se encuentra una falta, Santos podría ser destituido de su cargo, dijo.

“Debería haber renunciado hace mucho tiempo”, dijo el diputado Robert García de California, el presidente demócrata de la clase de primer año que patrocinó la resolución de expulsar a Santos.

“Esto no es solo lo que dicen los demócratas y sus colegas republicanos en Nueva York”, dijo García en entrevista. “Nadie lo quiere en D.C.”

Pero Santos aparece incentivado ya que su perfil ha subido, incluso siendo parodiado en “Saturday Night Live”. Ha presentado sus propios proyectos de ley en el Congreso —entre ellos uno para requerir pruebas cognitivas para los presidentes— y está tratando de seguir adelante.

“Yo lo he hecho, y lo he admitido”, dijo refiriéndose a las disculpas públicas que hizo en diciembre.

Cuando el presidente Joe Biden llegó a entregar el discurso del Estado de la Unión el mes pasado, Santos enfureció a sus colegas al situarse en el pasillo central, el lugar para ver y ser visto saludando a los invitados de alto perfil. Fue quien dijo que era impropio que Santos estuviera “desfilando frente al presidente” y otros.

“El senador Romney hizo eco de algo que escuché toda mi vida, cierto, viniendo de un grupo minoritario, viniendo de una familia pobre: Ve al cuarto de atrás y cállate. A nadie le importa saber de ti”, recordó Santos. “Bueno, no voy a hacer eso”.

Santos suele devolver la jugada, involucrándose en el juego de la duda que se ha convertido en algo común en la política moderna —el salto mortal verbal de equiparar las acciones de uno con las de los demás, incluso cuando no son situaciones del todo comparables.

“Ya sabes”, dijo Santos, “¿alguna vez no has mentido? Piénsalo en serio”.

Es lo que McIntyre llama una clásica “táctica de desinformación” diseñada no para aportar claridad sino confusión, y evitar la rendición de cuentas.

Al preguntarle si estaba aquí para quedarse, Santos dijo: “Estoy aquí para hacer el trabajo que me eligieron hacer los próximos dos años”.

Pero, ¿se postulará a la reelección? “Tal vez”.

 

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